Aunque parezca que no, cada uno de nosotros somos más
simples de lo que parecemos. Fíjense en nuestra anatomía: somos un aparato,
pero dentro de éste, somos varios: locomotor, digestivo, reproductor…
Y esa simpleza también puede ser trasladada hacia ese mundo
tan rocambolesco que son los sentimientos. Al final, lo que todos deseamos es
que nos amen, es que nos alienten cuando tengamos frío, que nos arropen como al
niño que se queda dormido en el sofá destapado.
Lo que acabamos demandando es algo tan simple y fácil como
que nos den mimos cuando tengamos un mal día. Que haya alguien que siempre esté
ahí, con las mismas ganas que nosotros de querer abrazarnos cuando nos
levantemos en mitad de la noche asustados porque hemos tenido una pesadilla. Que
saquen de nosotros el lado divertido: que nos cambien los caramelos de menta
por los de fresa, que nos saquen a bailar aunque sepa que no tienes ni idea de
bailar.
Pedimos cosas fáciles sí… Pero también cosas difíciles.
Pedimos que la otra persona se ponga la capa de héroe o heroína, y con sus
super-poderes elimine a la gente tóxica
de nuestra vida, atropelle con todas sus fuerzas a los malos recuerdos, con tal
de que no tengamos ningún obstáculo para luego seguir adelante.
Y claro está, que los héroes de capa solo existen en el
cómic y en el cine, y en la vida las personas especiales para cada uno se
cuentan con los dedos de las manos. Y hay mucha gente especial que aún no se ha
enterado de que dentro lleva un duende que le hace único. Y ese tiempo justo
que transcurre desde que no se enteran hasta que se enteran, es el tiempo en
que esa persona pasa de ser especial a ser tóxica, pues las conversaciones con
esa clase de gente se acaban volviendo una discusión permanente donde la
tristeza abunda.
Y yo, aquí siglo. Teniendo fe en la humanidad, dándome
hostias contra ella una tras otra, pensando en que Catwoman algún día llamará
al timbre de mi casa. De ilusiones se vive.
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