martes, 17 de enero de 2017

Simpleza

Aunque parezca que no, cada uno de nosotros somos más simples de lo que parecemos. Fíjense en nuestra anatomía: somos un aparato, pero dentro de éste, somos varios: locomotor, digestivo, reproductor…

Y esa simpleza también puede ser trasladada hacia ese mundo tan rocambolesco que son los sentimientos. Al final, lo que todos deseamos es que nos amen, es que nos alienten cuando tengamos frío, que nos arropen como al niño que se queda dormido en el sofá destapado.

Lo que acabamos demandando es algo tan simple y fácil como que nos den mimos cuando tengamos un mal día. Que haya alguien que siempre esté ahí, con las mismas ganas que nosotros de querer abrazarnos cuando nos levantemos en mitad de la noche asustados porque hemos tenido una pesadilla. Que saquen de nosotros el lado divertido: que nos cambien los caramelos de menta por los de fresa, que nos saquen a bailar aunque sepa que no tienes ni idea de bailar.

Pedimos cosas fáciles sí… Pero también cosas difíciles. Pedimos que la otra persona se ponga la capa de héroe o heroína, y con sus super-poderes  elimine a la gente tóxica de nuestra vida, atropelle con todas sus fuerzas a los malos recuerdos, con tal de que no tengamos ningún obstáculo para luego seguir adelante.

Y claro está, que los héroes de capa solo existen en el cómic y en el cine, y en la vida las personas especiales para cada uno se cuentan con los dedos de las manos. Y hay mucha gente especial que aún no se ha enterado de que dentro lleva un duende que le hace único. Y ese tiempo justo que transcurre desde que no se enteran hasta que se enteran, es el tiempo en que esa persona pasa de ser especial a ser tóxica, pues las conversaciones con esa clase de gente se acaban volviendo una discusión permanente donde la tristeza abunda.


Y yo, aquí siglo. Teniendo fe en la humanidad, dándome hostias contra ella una tras otra, pensando en que Catwoman algún día llamará al timbre de mi casa. De ilusiones se vive.

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