El reloj de la pared acaba de hacer acto de
presencia. Son las cinco de la mañana, y acaba de llegar. Lo sé porque lo he
oído, porque ha sonado el portazo a pesar de que ella ha intentado que no
sonara. Y lo sé porque en cuanto ha intentado pasar la puerta del recibidor su
cuerpo, renqueante por esa combinación que a mí me olía a ron, vodka y cerveza
se ha tropezado con mi cuerpo.
-¿De dónde vienes?- Le pregunto.
+A ti qué coño te importa, ¿eh?- Contesta sin
siquiera levantar la cabeza, no es ni capaz de mirarme.- Que estemos casados no
implica que tenga que contártelo…
No puedo resistirme. Esa respuesta tan vacilona hace
que con mi mano derecha la golpeé con toda la rabia y con todo el odio que
siento. Ella intenta devolverme el golpe pero su estado de embriaguez y mi
brazo no se lo permitimos. En cuanto levantó su brazo lo agarré con fuerza y la
empujé al suelo. En este momento no puedo controlarme, no soy capaz de pensar
con la cabeza, solamente soy capaz de pensar con el corazón. Ella llora y suplica
que no le haga daño, pero dentro de mí solo hay una sensación de silencio
absoluto.
Es cierto que no estábamos pasando por nuestro mejor
momento, pero pensé que saldríamos adelante. Nunca me atrevería a hacerle daño,
de hecho es la primera vez que le he levantado la mano. Nunca le he gritado, ni
la he amenazado, pero me siento muy dolido y traicionado. Todo lo que he hecho
por ella para que ahora me lo pague de esta manera.
-A saber con quién te habrás acostado, pedazo de
zorra- Le reprocho y al mismo tiempo mientras ella está en el suelo tapándose
la cabeza no paro de patear su cuerpo como si de una pelota de fútbol se
tratase- Todo lo que he hecho por ti, ¿y me lo pagas de esta manera? Ahora te
vas a enterar de lo que es bueno.
Y es verdad. Por ella lo he dejado todo: mi familia,
mis amigos, mi trabajo, mi ciudad… Aquella noche de invierno madrileña el que
perdió la razón de ser fui yo, que acabé volando detrás de esa falda marrón y
de sus medias oscuras. Aquella noche fría en la que hicimos sudar a las sábanas
fue la primera de otras muchas en las que me di cuenta que la única manera de
que perdiera el miedo a todo, y que dejara de sentirme acomplejado era entregar
las llaves de mi vida a ella. Y desde ese momento ella siempre ha sido
espléndida, nunca me ha fallado, siempre ha estado ahí, y ella misma se ha
decidido a ser la más segura entre nosotros dos. La más, pero aún así, en la
cama era distinto. En la cama no sabemos ni cuándo ni cómo, llegamos a un
acuerdo en el que yo era el amo y ella era mi sumisa. Pero no sé qué me pasaba, lo que pasaba en la cama
se fue extendiendo hasta nuestras vidas cotidianas. Y yo dejé de ser yo: ya no
me reconocía, mientras ella dormía yo no era capaz de pegar ojo. Me fui infiel
a mí mismo. Quería que estuviera siempre junto a mí, que nunca me abandonase.
Quería atarla a mi vida como la ataba cuando hacíamos el amor. Cada vez estaba
más encima de ella, cuando salía sin decirme nada y regresaba le preguntaba
adónde iba, y cuando ella me respondía yo no confiaba a en su respuesta.
No la culpo por haber conocido a otro. Últimamente
las cosas se estaban tensionando y parecíamos abocados a una situación que
parecía no tener fin. Esta no es la primera vez que salía y no me decía de
dónde venía, pero sí era la vez que más tarde había regresado. No eran una ni
dos veces aisladas, eran muchas, y cada vez más continuas. No solamente era
esto. Las facturas del teléfono habían aumentado el doble a lo que era antes en
un par de meses, y ella lo achacaba todo a que se trataba de un error de la
compañía y ella diría que se encargaba, pero luego dejaba pasar el asunto hasta
que yo no me diera cuenta. Es normal. Yo siempre he vivido siendo un fracaso
absoluto, acostumbrado a la frustración y a la decepción. Es algo realmente
jodido cuando te sientes inútil, rechazado por el mundo, como si no tuvieras
nada que ver con el resto de las personas. Aún así, un rayo de luz me cegó los
ojos brevemente cuando la conocí. Es como si de repente todo lo que era “no”
fuera “sí”. Si antes de conocerla solamente tenía ganas de pagar mi frustración
con todos los objetos que encontraba a mano, con ella esos momentos quería
cambiarlos por abrazarla. Abrazarla y quedarme dormido. Nunca he sabido
responder a qué ha visto ella en mí y que nadie más ha sido capaz de ver.
Seguramente la respuesta esté en este momento: ella se ha dado cuenta de haber
vivido embrujada sin argumentos el tiempo que llevamos juntos y ha decidido
buscar otro mejor. ¿Habrá sido esta noche? ¿Llevarán mucho tiempo juntos? Pero
no se lo voy a permitir. La necesito a mi lado, la necesito para sobrevivir.
Sin ella no soy nadie, y ni siquiera sería capaz de seguir adelante. Las ocho
letras que adornan su nombre es lo único que me motiva para seguir adelante.
-¿Por qué no me respondes? ¿Quieres que te lo diga
yo? Porque seguro que has estado follándote a otro.-le recrimino mientras sigo
golpeando sus costillas empezando a jadear por el cansancio.
Ella no para de suplicarme que pare, pero no puedo.
Por mucho que la cabeza me pide que pare, mi corazón me late y me pide que le
pegue al son en que me late. A la cabeza y no sé muy bien por qué se me viene
una noticia que he leído en el periódico. Un hombre ha matado a una mujer
después de mantener con ella brutales relaciones sexuales y ella estaba en estado
casi inconsciente después de haberse tomado varios tipos de pastillas a la vez.
“La voy a reventar y después voy a acabar con su vida, se lo ha buscado por ser
tan puta. Todo lo que he hecho por ella y ahora me ha demostrado ser como
todas, una que solo sirve para dejar la casa limpia y para follar” pienso antes
de frenar. Mientras ando hacia el salón oigo como ella se intenta levantar
apoyándose en el mueble de la entrada. Siento tanto odio y asco que en ese
momento me doy la vuelta, corro hacia donde está ella y la pateo con toda la
furia que siento, y ella se queda en el suelo, quieta, sin aire, sin respirar.
Cuando llego a mi habitación busco las llaves del garaje. Me la voy a follar,
sí, y será tan memorable, que ni siquiera podrá vivir para contarlo.
El garaje es un sitio al que vamos poco. Solamente
hay cajas de la mudanza y el coche. El coche lo compramos cuando nos mudamos a
Bélgica. Como no teníamos mucho dinero, decidimos buscar uno de segunda mano, y
conseguimos uno que estaba bastante bien. Qué tiempo tan feliz. Era la época en
que yo todavía no dominaba el idioma ni había encontrado trabajo. Aún así el
coche tampoco lo usábamos mucho. Cuando en verano volvíamos a Madrid y no
muchas veces más. Yo voy al trabajo en autobús y ella se queda en casa con las
tareas hogareñas. El maletero del coche no es muy espacioso y como lo usamos
solo durante el verano, durante el resto del año podemos guardar la compra, u
objetos que no podemos guardar en casa. ¿Sabéis con qué voy a anular a esa
guarra? Con la cadena de hierro que hay en el fondo del maletero.
Bajo al garaje con un caminar tranquilo, como si no
tuviera prisa, como si no hubiera pasado nada ni estuviera a punto de ocurrir
algo. Abro la puerta, enciendo la luz y desbloqueo el coche con el mando a
distancia. Subo la puerta del maletero y tengo que estirarme para alcanzar y
coger la cadena. Está acompañada de un poco de polvo pero no hay tiempo. Tengo
que subir, no quiero que se haya despertado y haya llamado a la Policía. Cuando
vuelvo sí tengo prisa, tengo tanta prisa que subo corriendo, sin cerrar el
coche, sin cerrar la puerta ni apagar la luz.
Al subir ella todavía está inmóvil en la puerta,
aunque cuando busco su pulso sí que reacciona. “¿Por qué hemos tenido que
llegar a tal extremo?” La pregunta no para de girar sobre mi cabeza, aunque no
puedo volver atrás. Ella me ha traicionado y ahora le tengo que dar su
merecido. Que lo hubiera pensado antes de jugar con mis sentimientos. Cojo de
sus pies y arrastro su pequeño cuerpo hasta cerca del sofá para tumbarla
bocarriba sobre él apoyando sus piernas sobre el reposabrazos izquierdo.
Levanto sus brazos, desabrocho el primer botón de sus vaqueros, bajo la
cremallera y con fuerza se los quito. Cuando lo hago me encuentro con la prueba
de que ha estado con otro. Sus bragas rosas están húmedas. Ese fue el momento
en el que sentí más ira. Y esa ira en aquel momento no podía desahogarla con
golpes, solamente era capaz de desahogarla con lágrimas. “¿Cómo ha podido
hacerme esto?” Me sentía tan incrédulo, solamente tenía ganas de dejar de
vivir. Pero no podía, me sentía tan enrabietado que necesitaba destrozarla. La
desnudé totalmente de cintura para abajo y con la otra mano descendí hasta mis
rodillas el pantalón del pijama.
Ni siquiera dilaté su vagina. No me importaba. Me
sentía tan herido en el corazón que me daba igual que me doliera ahí abajo.
Quería que ahora ella experimentara ese dolor. A pesar de tener pulso, no era
capaz de reaccionar, no era capaz siquiera de reproducir algún tipo de gemido.
Paro por un momento para coger la cadena que he soltado en la mesa del comedor.
Vuelvo al sofá, y aunque en un principio me cuesta hacerlo, empotro la cadena
contra su cuello. Y en ese momento y en esa situación es cuando decido
metérsela más fuerte. Siento tanto placer como nunca lo he sentido en mi vida.
Es una pena que sea un placer tan agridulce.
Estuvimos allí haciéndolo durante diez ó quince
minutos hasta que paré por no sentir reacción en ella. Ya nada tenía sentido.
Había vuelto a perder el pulso y yo sabía que aquella vez era de verdad. Que en
aquel momento murió. Es en ese tipo de momentos cuando uno se da cuenta de que
los errores se pueden llegar a pagar muy caros. Cuando paré yo sabía que ya
todo había terminado, o casi todo. ¿Qué sentido tiene todo? He acabado con
aquello que me daba ganas de vivir, y además he acabado haciéndole daño, que es
todo lo que ella no hubiera querido que yo le hiciera. Me senté en el suelo con
las rodillas flexionadas y con las manos apoyadas en la cabeza, pensando sobre todo:
sobre el pasado, sobre el presente, y sobre el futuro. Pero, ¿cuál futuro? La
he matado, y el único futuro que puede esperarme es estar veinte años entre
rejas por haberle hecho daño a la persona que más he querido.
Ya nada tiene sentido. La única solución es acabar
con toda esta historia. Camino hacia la cocina. Al encender la luz me doy
cuenta de que está amaneciendo. Saco del tercer cajón un cúter para luego
volver hacia su cuerpo. Me siento sobre ella, y clavo sobre mis venas el cúter.
Es el mayor castigo que me puedo merecer por todo lo que he hecho. Por haber
tratado así al amor de mi vida. Es realmente una lástima. Con lo felices que
éramos…