Todos
los días era lo mismo. Él la esperaba en el sótano de su casa cinco minutos
antes de ser las ocho de la tarde. Él sabe que ella no va a estar ahí, ni
siquiera va a estar allí cuando sean en punto. Ella, juguetona como ninguna,
aparecería cuando el número fuera capicúa: Las 20:02 horas. Él mira el reloj
todos los días desquiciándose porque no le gusta que le hagan esperar, pero
sabe que allí aparecerá, a sus espaldas en el sótano. Es capaz de reconocer
quién es porque cuando ella llegue, va a colocarse a sus espaldas, e intentará
asustarle soplando su nuca cuando esté a un paso de él. Y sabrá que es ella
porque ese soplido seguirá teniendo sabor a café.
Cuando
ambos sin mirarse sepan de la presencia del otro, será él quien pulse el play
del equipo de música, y empezará el tango: “Si un mar separa continentes, cien
mares nos separan a los dos”. Y cuando él se gire, se encontrará de golpe con
ella, que pondrá una sonrisa, y le mostrará sus manos para que él las agarre y
comiencen a bailar, mientras el tango no para de sonar con esa melodía juvenil
cual dos niños corriendo traviesos por el parque. “Que en esta canción, derrite mi voz, así es como yo traduzco el corazón”.
El
baile comienza. Y ambos comienzan a moverse por toda la habitación de forma lateral,
con sus manos agarradas con toda la fuerza que les permitía su pasión,
sonriéndose hasta que él le susurra el estribillo del tango: “Me llaman loco por no ver lo poco que dicen que
me das, me llaman loco por rogarle a
la luna detrás del cristal, me llaman loco si me equivoco y te nombro sin querer, me llaman loco por dejar tu recuerdo
quemarme la piel...Loco, loco, loco,
loco, loco”. Ella sonreirá y su cara se pondrá colorada, tan colorada que
intentará callarle con un beso, pero él llegará a tiempo para separar una de
sus manos y colocarle el dedo índice en sus labios como señal de silencio.
Pero ya no estarán pendientes del baile. Ella estará ya tan perdidamente enamorada que de un empujón le tirará al suelo, ella se caerá encima de él, morderá su labio por unos instantes y luego ambos seguirán bailando y dando vueltas por el parqué. El tango, que parece menospreciado y en un segundo plano, sigue pidiendo que le hagan más caso: “Pero si yo pudiera darte el beso sabrías como duele este amor”.