lunes, 19 de octubre de 2015

Luna.

Para alguien como un servidor que se pasaría la vida fotografiando amaneceres y atardeceres, quizás sea algo injusto con la Luna porque la menosprecio, porque la infravaloro. Nada más lejos de la realidad. La luna es el sol de la noche, nos guía, nos ilumina, nos ayuda a sentirnos seguros y cuando hay luna llena todos los hombres sacamos el hombre lobo que tenemos en el interior.
No he sido de esos que han querido ser astronautas para ir a la Luna. Me parece una ilusión mucho más complicada de lo que todos creemos. Pero si casi nadie tenemos el lujo de ir a la luna, yo sí puedo presumir de que en este momento estoy viendo a la Luna demasiado cerca. Parece un elemento más de nuestro día a día, pero las apariencias son eso, apariencias. Es una Luna que como leí el otro día, no es fácil de sentir cerca, ¿o desde cuándo las cosas que valen la pena son fáciles? El hecho es que a pesar de que parezca constante, es intermitente, y quizás eso sea un aviso de que en un visto y no visto va a desaparecer. Y la verdad, me dejaría muy tocado que se fuera sin habernos despedido. Porque quizás n intercambiamos tantas palabras o miradas cómo me gustaría, pero cada vez que nos cruzamos es algo que no se puede contar con palabras.
Tampoco creo que sea el único que no quiero que se vaya. Porque ella como dice su nombre, es especial. Creo que me hace y nos hace mejor. La vida es mucho más bonita y menos dura cuando te hacen sonreír, y ella tiene el don para hacerlo. Tampoco me gustaría que se vaya porque el invierno poco a poco se va asomando por la esquina y cuando el invierno llega a las cinco de la tarde ya casi está anocheciendo. Y pasar todas las noches de invierno a oscuras porque la luna no está es una utopía de aguantar.
Quizás hasta el hecho de que se tenga que ir sea mejor para ella que para mí. Pero es que no, no me gustaría. Lo único que me apetecería es agarrarla de la mano como agarra ella a su guitarra y no soltarla. Nunca he visto algo que desde lejos parecía pequeño y desde cerca es tan grande. Quiero ver su ciclo entero, ver cómo crece hasta verla en su plenitud. Me da igual si es tan brillante que para ello tengo que quedarme ciego. Si tengo que perder la vista, que sea porque ella me ha hecho ver la perfección. 
Quedan como mucho dos semanas para saber si va a quedarse o se va a ir para siempre, y solo de pensar que va a llegar un miércoles y me voy a sentir vacío porque se ha eclipsado me parte el alma. Me da igual que no sea tan perfecta como es ahí arriba, que tenga sus fallos,, que sin maquillaje no gane tanto. La vida siendo perfectos es muy aburrida y además que las personas imperfectas son aquellas que viven más cerca del infinito.
Si es que en el fondo ya se sabe cómo vivo...


Sueña que sueña con ella 
y si en el infierno le espera... 
quiero fundirme en tu fuego 
como si fuese de cera. 







sábado, 17 de octubre de 2015

Hat Trick.

Nadie duda de que el fútbol se ha convertido en el actual ejemplo de aquello que en el Imperio Romano era conocido como “Pan y Circo”. El mejor dato que demuestra esto es aquel que señala al diario MARCA como el periódico más leído (que no vendido) del país. Y dice mi hermana con mucha razón que esto no tiene ningún tipo de sentido, no tiene más cultura que otras cosas que no valoramos igualmente. Aunque tiene parte de razón, el fútbol y el deporte tiene mucho más que ver con la vida de lo que creemos.

Mi profesor de Introducción a la Economía Aplicada, señala que para lograr una mejor economía con más capacidad de desarrollo, una de las características imprescindibles es ser personas valientes que sean capaces de arriesgar. En el mundo del fútbol han ganado equipos más rácanos y equipos que han apostado por un juego más vistoso y arriesgado. Y siempre que pensamos en generaciones históricas, se nos vienen a la cabeza aquellos equipos que con su juego han marcado un antes y un después en el fútbol. La Brasil de Pelé de 1970, el primer Dream Team del Barça de Johan Cruyff o el segundo Dream Team azulgrana que logró construir Pep Guardiola liderado por Leo Messi. Tener miedo de algo en la vida nos hace cobardes, y si no somos capaces de ser valientes y quitarnos esa manta de la cobardía, vamos a ver como las mejores oportunidades de nuestra vida van a pasar delante de nuestras narices y se van a ir.

Si el fútbol se ha convertido en un mero circo mientras los políticos se parten de risa a nuestras espaldas, una de las estúpidas tendencias que se han impuesto en este deporte precioso es la de pitar a gente de tu propio equipo. Pasó primero con Casillas y pasa ahora con Piqué. A Piqué se le empezó pitando aquellos madridistas a los que les dolió que Piqué se acordara de Kevin Roldán cierto día. Luego, se le unieron otros más diciendo que Piqué no se siente español. Si decir que “la independencia de Cataluña es malo para la propia España y para la propia Cataluña” es malo, que venga dios y lo vea. Piqué ha pedido un principio tan básico y democrático como es una consulta. Eso es algo que quiere Piqué, yo o cualquiera que se sienta en un país en libertad. Y el que quiera venir a decirme que Piqué es un independentista que se pare a pensar por qué al resto de catalanes, vascos y gallegos de la misma selección de fútbol o de cualquier otro deporte no se le pita. 
Piqué ha dado su opinión. ¿Por cobrar mucho no puede dar su opinión? No me parece justo. Si bien es verdad que Piqué se ha buscado estar donde está es queriendo en gran parte, pero él no ha mezclado política y deporte. Los que no deben mezclarla son los dirigentes que vinculan sentimientos deportivos a sentimientos políticos.
Y otra cosa. Me da igual si Piqué se siente más español, catalán, o del pueblo donde se coma las patatas bravas. Si Piqué representa mis colores, yo lo apoyaré, porque ir a un campo de fútbol a pitar a la gente de tu equipo es de mal aficionado. O acaso ahora los jugadores del Madrid, del Cádiz o de la Llagostera van a ser de esos equipos desde pequeñitos. Yo prefiero que suden la camiseta y no besen el escudo a que se la pongan sin sudar y le den dos besitos al escudo.

Este novato estudiante de periodismo lleva tiempo preguntándose si merece la pena o no comentar de qué equipo es. Pero después de lo que viví el pasado miércoles hay pocas dudas. Si usted me conoce en persona sabrá que yo soy más bético y menos ladrón que Lopera, pero no tengo ningún tipo de problema en reconocer que el Sevilla FC se ha convertido en el segundo mejor equipo de Europa en lo que va de siglo por detrás del Barcelona. Pero el fútbol no solamente es un deporte, también es afición. No voy a discutir si el Betis es mejor que tal o cual porque sinceramente paso, pero tampoco voy a discutir que el Betis tenga la mejor afición del mundo. Porque el Betis no solamente se limite a los domingos: es una idiosincrasia, una manera de vivir la vida. La afición del conjunto verdiblanco ha hecho grande a su equipo con algo básico: el Betis no es una empresa, el Betis es un corazón que late constantemente. Y allí donde juegue el conjunto de las trece barras, ya sea Euskadi, Alemania o Nueva Zelanda, usted se encontrará con un ser, o un grupo de personas que lleven su elástica verdiblanca. 
El pasado miércoles, como decía, se encontraban en los octavos de final de la Copa de SM el Rey de fútbol sala el Real Betis Fútbol Sala Nazareno, recién ascendido a la división de plata de dicho deporte, y el Inter Movistar, el mejor equipo del mundo. Todos, o casi todos dábamos por seguro la derrota de los sevillanos por goleada pero no fue así. Los locales lograron plantar cara al cuadro madrileño espoleados por su afición, quien no paró de cantar e incluso pudo llegar a meter en un apuro a su rival. Si los visitantes eran mejores en todos los aspectos pero sobretodo en la técnica, los aficionados locales transmitieron al equipo lo que es el Betis: un contrato en el que la gente se deja la garganta mientras el equipo dé todo de sí hasta que el árbitro pite o suene la bocina.

Porque en el deporte, como en la vida, a veces ganas, a veces empatas, y a veces pierdes. Pero si lo has entregado todo por tu parte, no tienes nada que reprocharte.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Melodías para derribar barreras.

¿Qué es lo peor que le podía pasar al loco que acaba de recuperar su cordura? Volver a recaer. Volver a ver temblar el mundo, los cimientos de su paz. ¿Existe remedio para ese pobre loco? No, porque todos acabamos volviéndonos locos por miedo, y miedo tenemos todos, al silencio, a la oscuridad... 

¿Qué sería de nosotros si no tuviéramos miedo? Seríamos aburridos, perfectos y previsibles además de no tener ninguna capacidad de ser espontáneos. Pero el único miedo bonito es el miedo a enamorarse. Ese pánico a saber que no somos de hielo. Porque aunque todos parezcamos de hielo, recuerden que aunque el hielo sea frío, si lo acarician se derrite.

El loco no se derritió al principio. Se limitó a llorar, a sentir como una simple flauta desde la distancia podía acariciar su piel hasta ponerle la piel de gallina. ¿Enloqueció el loco por la flauta? No. Enloqueció por quién la tocaba. El ex-cuerdo que antes no era loco no sentía ninguna reacción por nada, sentía indiferencia, apatía por todo. Solamente reaccionó con ella, sentada en un banco del parque tocando con su templanza y delicadeza. 

Si cosas como la religión o la política sirven para crear diferencias entre los seres humanos, tanto ella como su música deben servir para unirnos. Y eso es lo que le ocurrió al loco, que se sintió demasiado unido a ella. Con ella dejó de tenerle miedo a todo. El único miedo que volvió a tener era el miedo a decepcionarla.


El tiempo pasó y ella se cansó de él aunque no se distanciaron. Aunque ella ni lo mirara de reojo, el loco ya se sentía afortunado de poder respirar junto a ella, quien con su música había conseguido derribar la barrera del sonido con forma de coraza de hielo construida sobre su eje.