miércoles, 30 de julio de 2014

Primavera en Estocolmo.

Son las seis. La aguja pequeña acaba de clavar su punta en la segunda mitad del reloj. Como siempre llegas tarde. Eres como las demás, impuntual. Pero de la misma manera que eres impuntual, eres cabezota como la que más. Nunca quieres salir a tiempo porque quieres ponerte guapa. Quieres llegar a sentirte la reina de la ciudad exclusivamente para mí.

Aprieta el viento de levante, y siento que ya estás llegando. No te veo, pero desde la lejanía se huele tu perfume. Treinta taconeos más de tus pequeños pies y estaremos juntos. Cuando estamos en una baldosa, en vez de saludarme prefieres sorprenderme con tus manos, las cuales subes hasta mis hombros. A continuación las mueves hacia el centro, hasta tocar mi cuello, y en ese instante dejas caer el dedo índice por toda mi columna vertebral. En menos de una milésima de segundo mi piel se vuelve totalmente un caos, y no puede parar de sentir un dulce escalofrío que pone los pelos de punta a cualquiera. Mientras tanto, con tu boca besas dulcemente el lateral de mi cuello. Es tu señal de identificación, es y será siempre tuya.

Junto a ti traes a la primavera a Estocolmo, donde todavía hace un frío arrollador, e incluso de vez en cuando niebla. El remedio para hacer frente a este clima gélido eres tú. Eres ese té, café, o chocolate caliente perfecto para combatir el frío. Estocolmo es una ciudad caprichosa en la que aunque muchos días salga un enorme sol, siempre acaba imponiéndose el frío. Yo prefiero en ese sol que tienes en tu sonrisa, ese sol que nunca descansa, que sigue en pie ya sea por la mañana que a la madrugada.


Mientras los trenes van y vienen como los amigos, nosotros seguimos allí, en ese banco que se apoya en la columna. Allí te agarro del pelo con cuidado para besarte. Y besarte, y besarte, y no parar de besarte. Comernos a besos durante el día. Comernos de besos a pesar de que el sol se vaya a las seis de la tarde. Comernos de besos aunque pierda dos o tres trenes más. Comernos a besos. Hasta la próxima vez. Siempre hay una primera vez, pero nunca hay una última vez.

jueves, 10 de julio de 2014

Teta y sopa.

Once meses y algunos días sueltos que el verano se ha olvidado de recoger. Once meses que cambiaron nuestras vidas: la suya, la nuestra, y la mía. Once meses donde ella ha crecido como persona, como mujer, y que han ayudado a crecerme a mí como persona, aunque manteniendo aquellos defectos tan estúpidos que yo tengo. El caso es que once meses acompañado de sus días sueltos, estoy a 48 horas de que ella pise suelo sevillano. Es el sueño, y debería serlo de todo sevillano/a que la conozca, el mío también. También, aunque ahora se ha convertido entre un debato sobre si es un sueño o una pesadilla.
Yo quiero verla. Yo hasta nunca he sentido una felicidad en su máximo esplendor en mi vida. Lo más cercano a toda esa sensación la he sentido con ella. Ella ha sido lo más dulce que me ha ocurrido, y posiblemente también lo más amargo, pero prefiero quedarme con su lado bueno. A mí me encantaría sentirla cerca, abrazarla, darle dos besos y pasar un día eterno con ella. Pero, ¿estoy preparado? Ha pasado casi un año, un año donde por momentos lo he sentido superado y por otros momentos, la he tenido en la cabeza continuamente. Sinceramente, no, no lo tengo superado. No estoy preparado para lo que pueda pasar.
También me monto paranoias creyendo que ella quiere verme, cuando simplemente me ha dicho que va a estar un día aquí, con sus amigos. Con sus amigos, otro factor que me hace no arriesgar, aunque “nunca se puede tener teta y sopa”. Es una putada porque tanto ella como yo somos posiblemente las dos personas más tímidas del mundo.
No sé si quiero verla, no sé si me gusta, solo sé que estoy al borde de un ataque de nervios porque el viernes viene. Porque el viernes viene con toda su belleza a hacerle competencia a una de las ciudades más bonitas del mundo. Yo solo sé que no tengo ni puta idea de qué hacer. Yo sólo sé que últimamente me he sentido tan loco que la he sentido cerca siempre, incluso hablando con otras personas. Yo solo sé que sin querer le estoy haciendo daño a otra persona, y yo solo sé que está situación me está desbordando. Y últimamente no hago más que repetirme una frase del poema que nunca me canso de recitar.

‘Y sólo los sueños pueden posarse sobre las cinco letras de su nombre.’

miércoles, 2 de julio de 2014

Homofilia.

Es esperpéntico ver la forma en la que el ser humano día a día se supera haciendo el ridículo y sin ser capaz de tocar fondo alguno. Es esperpéntico porque en vez de corregir defectos, nos dedicamos a cultivarlos, a cultivarlos no solo como presente, sino también de cara al futuro, de cara a la enseñanza de nuestras generaciones próximas. Además lo hacemos con una arrogancia y una prepotencia total, máxima, inaúdita para mí. Es esperpéntico porque ni siquiera reflexionamos sobre si de verdad es malo aquello que vemos. Nos dedicamos continuamente a criticar todo lo que vemos, ya sea por envidia o porque es diferente y distinto a lo que estamos acostumbrados de ver.

Ahora me centraré en lo que a mí me resulta todavía peor: la homofobia. Ya saben, aquellas personas que se sienten homosexuales, bisexuales, o transexuales, y que por ello mantienen relaciones con personas de su mismo sexo. La vida me ha hecho tener que compartir multitud de momentos con este tipo de personas. Con algunas he tenido más trato, con otra menos, igual que siento más simpatía con algunas que con otras. Estas personas se sienten homosexuales o bisexuales, y aunque siempre me he sentido heterosexual, por mi cabeza siempre ha recorrido la idea de: "Qué cojones/ovarios hay que tener para ser tan valiente". Porque sí, hay que ser muy valiente para sentirte orgulloso/orgullosa de ti cuando estás en el ojo del huracán de todos. Qué cojones hay que tener para hacer oídos sordos a toda esa gente que califica las relaciones del mismo sexo como una enfermedad. Si la humanidad fuera humana, y capaz de hacer uso de ese pequeño tesoro llamado cerebro, seríamos capaces de reconocer que la enfermedad lo tienen los que critican esas relaciones, llamada homofobia, por cierto.

Pondré un ejemplo que me contaron: en un recreo de mi instituto habían dos parejas besándose: una de ellas eran dos chicas lesbianas, mientras la otra era heterosexual. Una de las conserjes de mi instituto se acercó a la primera para decirles que parasen de dedicarse caricias. Ellas, viendo a la otra, le contestaron que a la otra pareja se les dijera el mismo mensaje, a lo que la conserje contestó con una frase que se me quedó clavada: "pero es que ellos son normales, y vosotras no." Por favor, ¿qué no son normales? Yo las sigo viendo como personas, con la única diferencia de que no sienten atracción alguna por las personas del sexo opuesto. Pero no por ello dejan de ser seres humanos.

Es más, hace poco estaba rodeado de un par de buenos amigos y comentaban que "si la homosexualidad es una enfermedad pues que les den una paga a todas las mariconas, y que el resto de las personas nos dediquemos a trabajar". Reflexionando sobre esto,  pensé que no se puede tener más sentido del humor, y poder reaccionar de mejor manera ante la estupidez que abunda sobre esta sociedad tan impropia de un siglo como el XXI.

Dicho esto: Declaro el estado de HOMOFILIA en el planeta Tierra.