lunes, 23 de diciembre de 2013

Feliz PauNavidad.

Es difícil explicar este año tan convulso. No tengo ni idea de por qué, pero desde el 31 de diciembre de 2.012 sabía que este año, el 2.013 para unos, 2.012+1 para otros, sería un buen año para mí. Es difícil explicar como un año que auguraba tan mala suerte, al final ha traído tan buenos momentos, que poco a poco se han ido difuminando, rozando la tragedia de muy malos momentos propiciados por la ansiedad. Maldita ansiedad.

¿Qué puedo decir este año? Todo empezó mal. Cumplí 18 años bajo una gripe impresionante, pero salí vivo aunque creía que no. A partir de marzo y abril, parece como si yo y mi alrededor estuviéramos tocados por la varita mágica. Logré sacar la ESO gracias a las pruebas libres, y sin estudiar apenas. Esto fue un subidón total de moral, algo que pensé que jamás pasaría. Casi dos semanas después, reapareció ella. Lazulita antaño, con 'P' de gato ahora, reapareció. Sin ninguna duda, lo mejor de todo el año ha sido volver a hablar con ella, volver a sentir con ella. Explicar este año sin ella es imposible. Le voy a estar eternamente agradecido por todo lo que me ha dado, y también eternamente arrepentido por todos los errores que he tenido y que la han perjudicado. Es verdad que la amistad se ha enfríado bastante, que ahora ella es mucho más madura, mucho más feliz, y yo sigo siendo un niñato. Nunca le he deseado a nadie 'feliz navidad' de forma tan sincera como tengo ganas de hacerlo con ella. Por eso creo que esto no debería ser una 'feliz navidad', sino más bien una 'feliz Paunavidad.' Y por un momento dejaré de hablarte indirectamente para hacerlo de forma directa.

Es complicado explicarte lo que pasó. Simplemente la ansiedad me pudo, nuevamente. Me arrasó entero, y con ello a los sentimientos. Llegué un momento en el que la soledad llegó a ser tan grande que no podía seguir mintiéndote. Mejor decir la verdad aunque duela supongo. No voy a insinuar que seas lo más grande que me hayas pasado, pero seguramente seas una de esas cosas que cuando tenga sesenta años voy a poder estar ourglloso de todo ello. Y hazme caso que estoy muy orgulloso de haberte hecho sonreír, de haber sacado a relucir la sonrisa más coqueta del mundo, y no tan orgulloso de haberla cagado tantas veces, de haber hecho el gilipollas, de haber sido tan salido en muchas ocasiones.  En fin, no sé, quería decirte muchas cosas desde hace tiempo, al fin y al cabo se acaba este año, que posiblemente ha sido el mejor de mi vida, y si lo ha sido en gran parte ha sido gracias a ti. Seguramente si ahora estuvieras delante mía te abrazaba hasta que llegara el día 31. Me encanta estar diciendo esto con los ojos como platos como los tengo, porque lloro con una alegría tremenda. También me siento orgulloso de que a veces hayas tenido en mí una fuente de desahogo. Una fuente donde poder decir que no te gusta la playa, y que le tienes mucho desprecio a tu(s) padre(s). Me gusta que ambos fuéramos complejos, y que fuimos tan complejos, tan bordes sin querer, que poco a poco nos fuimos abriendo hasta que tú me quisiste con todas tus ganas, y que yo también, pero al final la inestabilidad de todo nos pudo. De todas las experiencias se saca algo positivo, y yo de ti, aunque ahora mismo no tenga ilusión alguna por nada, me quedé con cada detalle tuyo. Con tus ganas de aprender italiano, lenguaje de signo, con tus ganas de mantener vivo tu sueño a pesar de que muchos quieran que no los cumplas. Me encantaría decirte tanto, pero no quiero ponerme sentimental, que se supone que esta época es de felicidad.

Por todo esto, y muchísimo más, feliz navidad...perdón, PauNavidad.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Sentí.

Su cuerpo es como una casa:

Su pelo rubio e irradiante lo comparo con el impresionante atardecer de una tarda cualquiera de verano. Cuando lo lleva liso ronda la dulzura perfecta, y cuando lo lleva un poco más encrispado y alocado, es brutalmente bonito, pareciéndose mucho a una cortina, la cortina que da paso a su cara, a sus mejillas y sus ojos, a sus grandes pestañas y pequeños labios.

Cuando apartas su pelo tranquilo con tus nerviosas manos, te encuentras allí con sus mejillas rojizas y coloradas, acompañando a sus pintadas y enormes pestañas azules, que viven rodeando sus ojos, que reflejan al igual que hacen las ventanas, el estado de ánimo que nos rodea a las personas. Pero lo más importante de su rostro vive debajo de todo ello, en ese lugar donde se encuentra el timbre y el despertar de su voz y su sonrisa, respectivamente.

Es relativamente normal que cuando llegues a su rostro, a sus labios, te sientas infinitamente inferior a ella, y no la beses por miedo a que te rechace. Pero en la intimidad, pienso que daría lo que fuere por ser el primer sello de su nuevo pintalabios. Tras descender un poco más por su cuerpo y colocarme detrás suya, acaricié con el dedo índice desde su primera vértebra hasta su zona lumbar, parándome y besando con todo el cariño del mundo aquellos lunares que habitan en su cuerpo.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Postres dulces.

Una vela encendida. Una vela encendida en el centro de una mesa.

Una mesa situada en el centro de un piso pequeño que gira en torno a lo que sucede en ella. Una mesa en la que ella concentra toda mi atención con un vestido ajustado y oscuro, que le da mucha elegancia. Al vestido lo complementan un peinado sencillo y precioso, un pintalabios con sabor a caramelo, y todo ello perfumado de vainilla.

En una línea totalmente recta entre ella y aquella vela que intermediaba entre nosotros estaba yo, temblando como un flan por aquellos ojos verdes que le dan una luz excelente a la noche, y por aquella sonrisa que siempre permanece allí, resguardada en su boca, por muchas guerras que pasen. 

La cena tuvo poco que contar. Yo no paraba de babear de forma disimulada ante su belleza enorme en aquella vela tan pequeña. Ella hablaba siempre con el parpadeo de sus ojos tan particular, y yo procuraba prestar toda mi atención en su boca, en sus labios, en la pronunciación de sus palabras, pero se me hacía imposible que no fuera pensar en algo que no fueran sus pequeños hombros, o el pequeño lunar que tiene bajo su clavícula.

A la hora de los postres, pasé de sentirme como un flan, a empezar a derretirme como un helado. Me derretía porque era ella en su máxima expresión cuando me regalaba tres sonrisas en cada décima de segundo, cuando me contagiaba sus ganas de vivir, a mí, que soy una persona tan fría, con una aparente sangre de horchata, pero que cerca de ella sale a relucir mi sangre caliente, mis ganas de besar su cuello de fresa, de devorar su piel de nata.

Y quizá esa fuera una de las razones por las que ni siquiera terminamos de cenar, por las que antes de levantarnos me levanté yo, la besé de forma salvajemente apasionada, y la cogí entre mi cuerpo para luego empotrarla contra la pared y seguir acariciando sus labios. Y aquella noche, ella y yo nos fundimos, como se funde el chocolate, para hacernos sentir el cosquilleo.