martes, 25 de junio de 2013

Palabras que decimos con lágrimas.

El otro día escuché decir en un programa televisivo que las canciones, cuando las cantamos, además de cantarlas, debemos llorarlas. Es decir, que a través de la voz, debemos expulsar todos nuestros sentimientos hacia la música. 

La literatura, tiene una similitud con la música, ya que ambos comparten el hecho de ser dos de los siete artes. Yo, no soy muy de llorar en privado, por lo que el verme llorar en público es prácticamente imposible. Cada vez que escribo, me pregunto si en cada palabra que escribo, además de un número de letras hay varias lágrimas. Pero no lágrimas que salen de mis achocolatados ojos marrones, sino lágrimas que se esconden detrás de estas letras que no se saben adónde van a parar. Quizás van a parar a la nada, a un silencio absoluto, o a lo mejor ocurre el caso contrario y van a parar a ti, persona a la que el destino ha colocado leyendo esto, o  como posibilidad intermedia, van a parar a personas que lo leen pero sienten tanta indiferencia que también acaban en la nada.

¿Y cuándo no escribimos? Pues somos una partida de póquer. Todos nos conocemos a todos, pero la realidad es que no sabemos con qué cartas cuenta el jugador que está sentado al lado nuestra. Tratamos a los sentimientos como una enfermedad por miedo a que nos vean sentir, por miedo a que nos den de lado por llorar delante de mucha gente.  Nos olvidamos de que somos personas para comportarnos sentimentalmente como animales cazadores.

Pero evidentemente, donde hay fuego, habrán cenizas. Es verdad que el corazón está hecho de algo tan necesario en el organismo como es la sangre, pero el que escribe desde muy pronto, sabe que su corazón se va manchando de tinta, y que esa tinta le va chupando terreno a la sangre, hasta que el corazón deja de tener un color rojo, sino un color azul, o negro, dependiendo de la tinta del bolígrafo que utilizamos.

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